Denota que los amantes quieren el mismo bien para ambos, porque aunque son dos seres, se consideran como uno solo.

Es decir, con el trato y con el tiempo.

Da a entender que el deseo de agradar a la persona amada hace fino al hombre más tosco.

Denota que el amor ciega de tal modo, que hace a las cosas parecer lo que nosotros queremos, y no lo que en realidad son.

El amor vehemente lo atropella todo, considerándolo como supeditado a la fuerza de su pasión.

Confiar en el logro de lo apetecido mantiene la fe del amante; si ésta se pierde, el amor muere.

Enseña que por cada satisfacción que el amor produce, ocasiona infinitos pesares.

Esto es, que no fuerza al amado a que corresponda al amador, así como tampoco al aborrecido respecto del aborrecedor.

Enseña que el verdadero enamorado siempre teme que alguien le robe el objeto de su cariño.

Expresa la condición de los amantes, que rehuye toda clase de advertencias y consideraciones, dejándose guiar única y exclusivamente por la fuerza de su pasión.

Indica que el enamorado no quiere más recompensa que la de verse correspondido.

Advierte que los enamorados no hallan nunca obstáculos que no se crean capaces de vencer.

Da a entender que el sentido de la vista es el agente que más poderosa y eficazmente influye en el corazón.

Meteroso dice el Arcipreste de Hita, y su comentador, el Sr. Sánchez, lo interpreta medroso, lo que se me antoja un solemne disparate; pues claro se ve que lo que indica es que el enamorado siempre miente para conseguir lo que desea.

Enseña cuánto contribuye el trato frecuente para aumentar el cariño, por lo persuasivo que es de suyo, en tales casos, el lenguaje oral.