121. | Oficio de manos no le parten hermanos | Que cada uno deja al otro el trabajo. También hay oficios que uno solo sin otros los ha de hacer por sí. |
122. | Oficio merdulero, criar al hijo y después al nieto | |
123. | Oficio que no sustenta tu vida dale despedida | |
124. | Oficio ruin, quien más te usa menos medra | Sinónimo(s): Oficio ruin, quien más le usa menos medra. |
125. | Oficio tiene Bartolo para el día todo | |
126. | Oficio vano y con pena a el que le sigue condena | |
127. | Ofrecer mucho a quien pide poco | Especies de negarlo todo. |
128. | Ofrecer mucho, especie es de negar | |
129. | Ofrendarse bien | bien ofrendado va. Dícese ofrendarse bien por regalarse en comer y darse buena vida. Sinónimo(s): hase ofrendado bien |
130. | Oh, bien haya quien te parió; bebe tú y beberé yo; bebe tú por la jarrilla, beberé yo por la botilla | |
131. | ¡Oh, mal haya la falda de mi sombrero, que me quita la vista de quien bien quiero! | |
132. | ¡Oh, pan, pan, lo que quieren por ti lo han! ―Iránse los malos tiempos y vendrán los buenos, y vuestros hijos quedarán nietos de ruines abuelos | Fingen que pretendió casar un hombre rico y de bajo suelo con la hija de un noble pobre, y no la pudo alcanzar hasta que vino un año caro, que se la dieron, como dice otro refrán: La hija de bueno, haberla has por orfandad o por gran duelo; y comiendo juntos un día, sobre mesa, tomó el yerno el pan en la mano, y dijo: ¡Oh, pan, pan, lo que quieren por ti han! Lo demás respondió el suegro. Nietos de ruines abuelos, es por parte del yerno; porque la mujer no hace linaje, que del suyo se pasa a otro. |
133. | ¡Oh, si volasen las horas del pesar como las del placer suelen volar! | |
134. | ¡Oh, falso amor, pocas veces das placer y muchas dolor! | |
135. | ¡Oh, pecador de mi! | |
136. | ¡Oh qué gran mal, torcer cabecitas y echar en costal! | Un cura crió un bordillo, y enseñólo a hablar, y andaba suelto y doméstico, y se salía al campo con otros tordos al celo. Una vez vio que un cazador cogió una redada de pájaros y tordos, y torcía las cabezas y echábalos en un costal, y desde donde estaba lejos, decía: ¡Oh qué gran mal, torcer cabecitas y echar en costal! Miró el cazador, y no viendo más de al tordo preguntóle: ¿Tú quién eres? Dijo: Yo soy el tordo del cura Pacheco. ¿Pues a qué veniste por acá? Este negro amor me trajo, que a todos inquieta. Tales razones le tenía enseñadas el amo. |
137. | ¡Oh qué linda es la alameda! Quién tuviera la siesta en ella! | |
138. | ¡Oh qué lindico! Mas, oh qué lindoque! | Fórmase lindoque, por gracia. |
139. | ¡Oh qué lindo pie de guindo! | Lo primero es ironía, y añaden lo segundo por consonante. |
140. | ¡Oh qué risa habría en la boda, si no fuera tuerta la novia! | |